Nunca he sido de esas personas con vocación clara, capaces de orientar desde el primer día su carrera en una dirección concreta, lo único que tenía claro desde niña era que trabajara en lo que trabajara, escribiría historias tan maravillosas como las que leía en mis libros.
Mi infancia pasó entre sacos de cemento, ladrillos y palets; jugando en la empresa familiar que crecía cada día gracias al esfuerzo y trabajo de mi familia y sus trabajadores. Los fines de semanas los pasaba entre limoneros, en una pequeña casa de campo donde cada domingo comíamos arroz y conejo con mis abuelos. Esas carreras entre los árboles, pasando con cuidado entre los rosales, son lo más bonito que recuerdo de una infancia acomodada en la que nunca me faltó de nada pero que supo también enseñarme que lo más importante en esta vida es trabajar duro.
Tampoco nunca fui una alumna excepcional, pero sí lo suficientemente aplicada para llegar siempre a casa con buenas notas. Esas notas que en mi casa no despertaban especial alegría ya que “trabajar duro en el instituto era simplemente mi deber y de nada servía sacar buenas notas si luego daba una mala contestación o no ayudaba en casa.” En definitiva, de nada valía destacar en los estudios si no conseguía ser buena persona y equilibrar mi comportamiento.
Así a lo largo de mi vida me esforcé por agradar a todo el mundo e hice lo que se esperaba de una buena estudiante: terminé la ESO, me matriculé en bachillerato de ciencias e hice selectividad entre nervios y dudas. Entonces llegó la primera decisión importante de mi vida: elegir qué estudiar. Toda mi vida había seguido el camino que parecía marcado para mí y, de repente, tenía de decidir. Me sentí atrapada en un mar de dudas. “Estudia empresariales, que son solo tres años y, al terminar, puedes trabajar en la empresa.” Mi padre es la persona que más consejos me ha dado a lo largo de mi vida y, no totalmente convencida, continué el camino que él marcaba, en parte, para mí.
Elegí mi carrera más por consejo que por vocación y tuve una gran suerte: me encantó todo lo que estudié. Me gustaban los números y las letras así que una carrera mixta donde podía desarrollar ambas destrezas resultó perfecta para mí. Me licencié, cursé varios másters y aprendí inglés en el extranjero. Tras realizar dos experiencias de prácticas en dos empresas externas (en España y en Inglaterra), en plena crisis, decidí volver a mis raíces y ayudar a mi familia en su empresa. Trabajar en una empresa familiar tiene sus cosas buenas y sus cosas malas (todo el mundo que trabaja en una entenderá a la perfección mis palabras) pero a lo largo de todos estos años, creo que el balance ha sido positivo.
CURIOSIDADES. Un aroma… A limón, el olor del campo en mi pueblo. Un sabor… El pan con aceite. Un lugar… Mi casa, con mi familia. Un momento… Cuando nació mi hermana pequeña. Un libro… Tres: “Los Pilares de la Tierra”, “La casa de Riverton” y “El Tiempo entre Costuras.” Una película… Muchas, me encanta el cine. Una canción… Yesterday. Una serie… Tres: Big Little Lies, Sharp Objects y Stranger Things. Un referente… Muchos, me encantan las mujeres que trabajan y se implican al máximo por alcanzar sus sueños. Un ejemplo… Penélope Cruz. Un secreto… Odio el café. Una norma… Aprovechar el tiempo. Una obsesión… Mi trabajo. Un lugar donde perderse… Calblanque. Un temor… Me da miedo el paso del tiempo y todos los cambios que trae. Un recuerdo… Jugando, en el patio de mis abuelos. Una pasión… Dar vida a las historias que surgen en mi cabeza.